Uno de los mayores desafíos que tenemos los seres humanos es aprender a dialogar. Dialogar para construir, crecer, amar, soñar, sanar, perdonar. Es una tarea ardua pero extremadamente bella porque manifiesta en su plenitud el arte de la comunicación espiritual.
El Papa Pablo VI afirmaba en su encíclica Ecclesiam Suam que el verdadero diálogo ha de tener ciertas características:
- La claridad. El diálogo supone y exige la inteligibilidad: es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y cultura humana, y basta esta su exigencia inicial para revisar todas las formas de nuestro lenguaje, viendo si es comprensible, diáfano y luminoso.
- La afabilidad. Aquella que Cristo nos exhortó a aprender de El mismo: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón; el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es un mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.
- La confianza. La confianza en el valor de la propia palabra, la confianza en la disposición para acogerla por parte del interlocutor. El diálogo promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus hacia una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoísta.
- La prudencia pedagógica. El diálogo siempre ha de tener muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye: si es un niño, si es una persona difícil, si no está preparada, si es desconfiada, hostil; si se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle molesto e incomprensible.
Vale la pena, revisar nuestras conversaciones cotidianas, para embellecerlas con estas características y construir de ese modo un mundo mejor.
Una respuesta
Me parese y es lo que siempre debemos tomar en cuenta desde el principio de una relacion, para así llevar a cabo una maravillosa vida familiar.